Leer, leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron.
Leer, leer, leer, el alma olvida
las cosas que pasaron.
Se quedan las que se quedan, las ficciones,
las flores de la pluma,
las olas, las humanas emociones,
el poso de la espuma.
Leer, leer, leer, ¿seré lectura
mañana también yo?
¿Seré mi creador, mi criatura,
seré lo que pasó?
Este magnífico poema de Miguel de Unamuno en el que se nos invita a vivir otros sueños, o la apertura del ensayo de Jorge Luis Borges en el que dice que es incapaz de imaginar un mundo sin libros, condensan la finalidad vital del libro, la imposibilidad de imaginar nuestra existencia sin la lectura y lo que esta significa para el día a día de un ser humano.
La lectura incrementa la imaginación y la empatía, mejora la concentración y la memoria, reduce los niveles de estrés y por si fuera poco, y abalado por numerosos estudios, es un factor que previene el envejecimiento del cerebro.
Si todo son ventajas y beneficios, cabe preguntarnos porqué todavía sigue existiendo, en España los últimos datos publicados por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), un 35,2 % de españoles que no leen nunca o casi nunca.
Esta realidad podría cambiar si se comunica y transmite eficazmente los beneficios que comporta esta actividad, apoyándonos en instituciones como las bibliotecas públicas que vienen desarrollando un gran trabajo con campañas de concienciación, información y estímulo. Y a las que todavía, en función de los datos, les queda una gran tarea por delante.
Ya lo dijo
Eugénio de Andrade:
Los libros. Su cálida,
tierna, serena piel. Amorosa
compañía. Dispuestos siempre
a compartir el sol
de sus aguas. Tan dóciles,
tan callados, tan leales.
Tan luminosos en su
blanca y vegetal y cerrada
melancolía. Amados
como ningunos otros compañeros
del alma. Tan musicales
en el fluvial y rebosante
ardor de cada día.
MANUELA BUSTO FIDALGO